domingo, 18 de noviembre de 2007

El quinto elemento


Cuando, hace ya veintidós años, Philip Glass estrenó su ópera Einstein on the Beach, su música -esas capas de repeticiones reconocibles y aparentemente sencillas- se acomodó con facilidad en un conjunto de ideas sobre el estado de las cosas unidas bajo el generoso paraguas conceptual del postmodernismo. El compositor norteamericano no negaba la melodía, pero la ocultaba bajo estructuras que tenían más de textura, de paisaje, que de narración lineal, lo que cuajaba bien con nociones tales como el fin de la historia o con la dolorosa insuficiencia de los grandes relatos para explicar el mundo. Con su superficie hipnótica y casi diáfana, las obras de Glass rompieron límites entre la música llamada «seria» y la popular, lo que también es, en sí mismo, otra clave de las corrientes estéticas posmodernas. Catalogado como máximo representante del minimalismo y una vez pasado el furor inicial de su música, Glass siguió componiendo piezas para ballet, sinfonías, óperas y música para cine, sobrevolando siempre los límites entre la música narrativa occidental y la música paisajística oriental y entre la alta cultura y el pop. Suena, por lo tanto, más que adecuado que su proyecto más reciente, que se presentará hoy y mañana en el Teatro Albéniz dentro del lujoso marco del Festival de Otoño, consista en ponerle marco musical a Book of Longing, el poemario del inclasificable Leonard Cohen, por cierto, otro marginal.

«Leonard y yo nos conocemos desde hace varios años -dice Glass en charla telefónica con ABCD-. Él me mostró su poesía y a mí me interesó mucho. Pero luego se produjo ese período en que decidió recluirse en un monasterio. Cuando me enteré de que había regresado al mundo, lo llamé e iniciamos el proyecto. Yo no trabajo de antemano: si no estoy seguro de que una obra va a concretarse, no escribo nada. En este caso, los dos nos pusimos de acuerdo enseguida y yo comencé a trabajar muy rápido. La poesía de Leonard Cohen me gusta mucho porque tiene características que son muy importantes para mi manera de trabajar: sencillez, franqueza, va directo al grano. Habla de temas que nos conciernen a todos, como la vida y la muerte, pero lo hace de una manera completamente original. Una cosa importante es que él es compositor de canciones. La poesía y las letras de canciones son dos lenguajes completamente diferentes, pero cuando él escribe poesía de alguna manera consigue unir ambos mundos, lo que lo hace muy adecuado para cantar».

La palabra es lo primero. Cohen no es, de ninguna manera, el único de los cantautores relacionados con el pop que interesaron a Philip Glass. En Songs from liquid days (1986), uno de sus discos más populares, Glass trabajó con letras de Suzanne Vega, David Byrne y Paul Simon, mientras que Low (1993) es su particular visión de la obra de David Bowie y Brian Eno. Como arreglista, Glass aportó su particular sonido a discos de Lou Reed y Marisa Monte, entre otros: «Yo trabajo con letras de canciones, con el lenguaje. En muchos casos, los compositores de canciones son mejores poetas que los poetas, al menos en el sentido de componer música para ellos. Para mí, las palabras son siempre lo primero».

En ese sentido, cabe destacar su obra The Making of the Representative for Planet 8, con libreto de Doris Lessing, flamante Premio Nobel de Literatura: «Doris me gusta mucho y la conozco desde hace mucho tiempo. Siento que ella tiene una conexión con mi propia estética personal: como si los dos mirásemos el paisaje desde la misma dirección, analizáramos el mundo de la misma manera, a pesar de que generacionalmente podría ser mi madre. Éste es un tema interesante, porque me hace pensar en por qué yo trabajo con determinados escritores. En el caso de Doris Lessing, ella habla de transformación personal, cambio social, que son ideas que siempre han estado en mi cabeza».

Además de las palabras, una de las principales fuentes de inspiración para Philip Glass son las imágenes. Tanto sus óperas (como Akhnaten, La Belle et la Bête o The Fall of the House of Usher) como sus bandas sonoras (Kundun, de Martin Scorsese, Las Horas o Candyman) exhiben una música fuertemente visual, casi sinestésica. En ese sentido, la trilogía de películas experimentales de Godfrey Reggio, Koyaanisqatsi, Powaqqatsi y Naqoyqatsi, tiene como principal protagonista la música de Glass, que reemplaza con sus estructuras repetitivas y enfáticas la falta absoluta de guión.

«Las imágenes, como el texto, como la danza, son para mí una gran fuente de inspiración. Si lo pensamos un poco, estaríamos hablando de cuatro elementos: los movimientos (en la danza), el texto (en la ópera), las imágenes y la música, que en cierta manera se corresponden con la tierra, el aire, el fuego y el agua. Y habría un quinto elemento, el intérprete, que lo completa todo: todas las personalidades son necesarias para mi manera de hacer música, que está muy relacionada con el teatro. Cualquier obra cuya inspiración provenga de estos elementos, que empiece con la palabra, el movimiento o la imagen, está relacionada históricamente con la música hecha para el teatro, a diferencia de los músicos que trabajaban para las salas de conciertos. Yo me pasé toda la vida componiendo piezas en colaboración y pensando en la obra como un todo. De hecho, cuando leí los poemas de Cohen, aún no estaban publicados, pero luego él incluyó dibujos en el libro que se convirtieron en una fuente poderosa y conmovedora de inspiración. La obra que voy a presentar en Madrid debe verse como una suerte de retrato de Leonard Cohen o, más bien, un autorretrato en el que él es el dibujante y yo el pintor».

Nuevos intereses. También, después de que para muchos su música y el minimalismo fueran prácticamente sinónimos, se pasó gran parte de los últimos años tratando de distanciarse de ese término. Hoy en día parece tomárselo con más filosofía: «Yo entiendo que describir la música es un trabajo difícil. Si hay personas a las que le gusta hablar de minimalismo, y eso los ayuda a entenderla, pues está bien. En una época también intenté definir lo que yo hacía como "música con estructuras repetidas", pero en realidad yo compongo música desde que tenía 15 años, de modo que 55 años después puedo decir que mi música ha variado mucho y que siempre estoy interesado en cosas nuevas. Todos los compositores cambiamos, es algo natural. Entiendo que algunas descripciones pueden tener sentido para algunos, pero eso también cambia con el tiempo. En los años 40 y 50, se describía como impresionistas a músicos que hoy son vistos de otra manera. Lo que puedo decir es que la música que sonará esta noche no tiene nada de abstracta».
Publicado originalmente en el suplemento cultural ABCD - Octubre 2007