domingo, 4 de octubre de 2009

MARILYN CRISPELL


Marilyn Crispell es una pianista que huye de las definiciones. Si bien se la podría ubicar en esa especie de puerta abierta al más allá que algunos dan en llamar free jazz, o, más apropiadamente, en la avanzadilla hacia lo inexplorado que se define como avant-garde, ella declaró en una ocasión que detestaba ambos términos, en especial este último, ya que «la mayoría de lo que se toca hoy no es avant-garde; es música de los años cincuenta». Y si los primeros parámetros del free tenían que ver con una ausencia de formas predeterminadas, tampoco podría aplicarse ese término con precisión a la complejísima música de Crispell, puesto que sus orígenes clásicos le dieron un claro sentido de la forma. Si bien esos términos podrían servir para ubicarla en el universo del jazz y saber más o menos a qué se enfrenta uno cuando se encuentra con ella, con sus sonidos (una música de ángulos agudos, de acordes percusivos, de frases cortantes, de desvíos impredecibles), tal vez sería más apropiado relacionarla con personas, sus maestros, en lugar de con movimientos. «Yo creo que la creación tiene que ver con la individualidad», dijo una vez.
Nacida en 1947 en Filadelfia, Crispell estudió piano y composición clásica en diversos conservatorios donde aprendió el valor de la improvisación como herramienta compositiva, como una especie de creación espontánea e instantánea, más mental que instrumental. Durante un tiempo abandonó la música, en parte debido a un matrimonio que no funcionó, y también a una tarea relacionada con la medicina. «Trabajé como secretaria en un hospital», dijo en declaraciones a ABCD, «y estaba interesada en la investigación médica, pero lo dejé cuando me enteré de que tendría que experimentar con animales». Después de una pausa de seis años, Crispell volvió al piano clásico, pero de pronto, escuchó algo que cambió su música, y su vida, para siempre: el disco A Love Supreme, de John Coltrane. El salto de la música clásica al jazz no sólo fue total; también radical: Crispell no pasó por el hard-bop ni el bebop; sus principales influencias estaban en esa indefinible vanguardia, la de Coltrane, Cecil Taylor, Anthony Braxton, con quien tocó durante un tiempo.
En la actualidad, Crispell es una de las figuras más importantes del jazz avanzado, con más de cuarenta discos a su nombre, algunos de los cuales se cuentan entre los mejores de esta música. «Oírla tocar es como monitorear la actividad de un volcán activo», dijo una vez el New York Times.


—¿Qué podría decirme de su próximo concierto en Barcelona? ¿Ya había tocado con estos músicos?
—He tocado con ambos, pero separados. Hasta ahora nunca tocamos juntos. Creo que fue idea de Agustí armar este grupo. Lo más probable es que sea un concierto totalmente improvisado, aunque si Barry, Agustí o yo misma queremos añadir nuestras propias composiciones, también lo haremos.
—Usted siempre cita a John Coltrane, Cecil Taylor y Anthony Braxton como sus principales influencias. ¿Qué elementos de cada uno de ellos pueden hallarse en su música?
—La pasión emocional y espiritual de John Coltrane; la estética armónica y rítmica de Cecil Taylor, y también su energía, la forma en que usa la energía para dar forma a las frases; y las características compositivas, así como el uso del sonido y del silencio, de Anthony Braxton. Desde luego que escuchar el disco A Love Supreme de John Coltrane fue lo que me hizo pasar de la música clásica al jazz. A mí me inspira todo lo que oigo: puedo mencionar a Abdullah Ibrahim, Paul Bley, Keith Jarrett, Pharoah Sanders, McCoy Tyner, así como europeos como Bobo Stenson y Joachim Kuhn; pero definitivamente mi entrada a esta música fue a través de Coltrane.
—¿Cómo conoció a Anthony Braxton y comenzó a tocar con él?
—Él estaba enseñando en el Creative Music Studio de Woodstock, Nueva York, me oyó tocar y me invitó a hacer un concierto en dúo. Poco después hice mi primera gira europea con su Creative Music Orchestra. Creo que fue en 1978. Luego participé en su cuarteto, lo que fue un período muy importante de mi vida musical, e influyó muchísimo en mi manera de componer.
—Usted grabó con músicos muy famosos y en diversas formaciones. ¿Qué espera de sus músicos?
—Me gusta tocar con personas que puedan hacer muchas cosas diferentes: free jazz, algo más tradicional, y que escuchen y reaccionen de una manera que me permita a mí tocar lo mejor posible. Necesito que sean respetuosos, pero que a la vez no teman correr riesgos.
—¿Y cuál es la diferencia con sus actuaciones en solitario?
—Es la misma diferencia que cuando mantienes una conversación contigo mismo, en tu mente, o con otras personas. Por supuesto que cuando tocas en solitario puedes hacer lo que quieres, mientras que si tocas con otros debes ir donde la música te lleve, aunque no sea lo que habías planeado.
Nothing ever was, anyway: The Music of Annette Peacock es uno de sus discos más famosos. ¿Por qué escogió a Peacock, una música poco conocida, para ese tributo?
—La conocí en Woodstock y nos hicimos amigas. Su música siempre había gustado, porque combina aspectos de la música clásica occidental contemporánea y del jazz contemporáneo. Además es autodidacta, y su música tiene una cualidad especial, «incontaminada», por no haber aprendido qué cosas no debería hacer.
—En los últimos tiempos usted ha explorado el jazz que se hace en el norte de Europa y ha tocado con músicos como Nilssen-Love y Broo, de Atomic. ¿Encuentra algún rasgo específico en esa música que pueda llamarse europeo?

—No me siento cualificada como para decir que hay algo europeo en su música. Ellos son, simplemente, músicos brillantes y muy sensibles. También tienen una técnica formidable, pero al mismo tiempo un elemento de ternura y silencio en su música que tal vez a mí me suena escandinavo… o lo que yo considero escandinavo. En cualquier caso, son excelente músicos y no tienen ningún rollo egocéntrico, a pesar de su categoría.

Entrevista aparecida en ABCD.



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