sábado, 5 de mayo de 2007

MARIA SCHNEIDER


Después de que Concert in the Garden (2004) se convirtiera en el primer disco vendido exclusivamente por internet en ganar un grammy, el mundo del jazz comenzó a prestar atención a Maria Schneider, una directora de big bands sutil y distinta. Sin embargo, desde su debut con Evanescence (1992), esta mujer bella, de aspecto frágil y delicado, nacida en Winton, Minnesotta, en 1960, lleva varios años redefiniendo el lenguaje de la orquestación en el jazz, reemplazando con texturas, colores y profundidad conceptual la fuerza reiterativa de las grandes bandas tradicionales. Durante la gira europea (mal) denominada Around Mozart, en la que presentó su futuro proyecto Sky Blue, Maria Schneider conversó con JAÇ.


¿Cómo es ser una mujer y directora de orquesta en el mundo del jazz?
—Eso no es nada. Ahí no está el problema. El problema es tratar de tener una banda con tanta gente y tantos instrumentos. Pero jamás pienso en si ser mujer o no cambia algo. La mayoría de la gente que toca conmigo respeta la música y quiere tocarla. Hay muchos que me llaman para estar en la banda, de modo que no van a crearme problemas, sólo quieren tocar.
— Usted estudió con Bob Brookmeyer y tocó con Gil Evans. ¿Qué influencia encuentra de ellos en su música?
- De Brookmeyer, el desarrollo formal, la forma en que desarrolla las piezas, el tempo, el rol de los improvisadores. Eso me influyó mucho. En cuanto a Gil Evans, él es la razón principal por la que escribo para big bands… Para mí la mayoría de la música de big band no es muy interesante en términos de emoción. Es divertido oír orquestaciones y sonidos fuertes, pero no hay nada íntimo en ello. La música de Gil era íntima, sutil, llena de aire y espacio y elegancia, y sus solos estaban muy entretejidos con la composición, y eso fue lo que me hizo sentir que yo podía expresarme en este lenguaje. Me gusta la idea de escribir para grandes grupos de jazz porque me encantan los colores de los instrumentos, y mi objetivo es componer piezas que son casi relatos, con muchas entradas y salidas, de modo que puedas pasar de algo muy fuerte a casi nada, crear contraste y dinámica. Hay mucho de narrativo en mi música.
—¿Y las big bands originales enfatizan el ritmo?
—Mi música es muy compleja rítmicamente, también. Pero las big bands tradicionales ponen énfasis en el poder de la banda como unidad, y piensan en secciones de instrumentos: los bronces y los saxos, por ejemplo. Para mí son individuos, por eso puedo juntar un clarinete con una flauta, añadirle un par de bronces, y luego ir sumando a todos los demás. Mi estilo no tiene nada que ver con el estilo clásico de Fletcher Henderson, pero en realidad tampoco con el de Gil Evans. Es mío y personal.
—¿Cómo encara las composiciones?
Primero oigo el color. Trato de crear algo con personalidad, y una historia, con frases y ritmos. Voy oyendo todo en mi cabeza. Luego, a veces, tengo que probar cosas nuevas, añadirle algo, quitarle algo; en cierta forma es como preparar una sopa; la pruebas y te das cuenta de que tienes que modificar la textura o el sabor.
En su música hay una escritura muy detallada.
—Es cierto, pero también hay mucho espacio para la improvisación. Mi idea es que sean elementos equivalentes: está la pieza, y el solo es una parte fundamental de ella. En las big bands tradicionales hay huecos para que el solo se despliegue; en mi música el solo tiene una verdadera función: hacer avanzar la historia hasta un nuevo nivel. Los solistas son como actores en una obra de teatro.
—Su nuevo espectáculo se llama Around Mozart. ¿Qué relación hay con la música de Mozart?
—Lo han llamado así, pero no es eso. Debo ser honesta: ojalá no lo hubiese llamado así. Fue un encargo de Peter Sellars, pero no tiene nada que ver con la música de Mozart, sino con su política. La idea era encargar a distintos compositores actuales que compusieran una música que fuera válida hoy políticamente, como la mejor manera de honrar a Mozart. Yo no soy un animal político; no vivo en un país en el que haya un genocidio ahora mismo. Es cierto que creamos genocidios en otros países, pero nos sentimos tan lejos de eso… Y entre los músicos había personas de países africanos, por ejemplo, que realmente están sufriendo, entonces yo estaba un poco fuera de todo aquello. Finalmente, como a mí me interesan mucho las aves y los asuntos ambientales, decidí componer una pieza sobre los pájaros y sus migraciones, como formar de reflejar la solidaridad de los hemisferios. Las aves migratorias viven entre naciones y dependen de ellas: si un eslabón de su hábitat desaparece, ellas desaparecen. Por eso debemos empezar a cuidar nuestro planeta y todas las cosas que sostienen su equilibrio vital. Y los músicos en gira son como pájaros, a través de sus sonidos y de las influencias que obtienen de otras regiones. Los músicos nos comunicamos tanto por necesidad como por goce. Pero la música en sí tiene poco y nada que ver con Mozart.
—¿Cómo se traduce ese mensaje en una música sin letra?
—Ya lo oirá usted en el concierto. Usamos cantos de aves reales, yo toco un silbato especial; tenemos otro silbato brasileño que se usa para llamar a los pájaros. La primera parte de la pieza retrata la energía y la fuerza del canto de las aves, así como la energía de la tierra. El primer solo representa el impulso migratorio de las aves y todos los cambios metabólicos de su organismo: tienen que comer mucho porque viajarán miles de kilómetros; sus plumas comienzan a cambiar, sienten el despertar de la sexualidad: es la sensación del instinto. Luego imagino cómo sería ser un ave, volando bajo las estrellas, con tus compañeros volando a tu alrededor, de modo que hay una sección que trata de captar ese sentimiento. Y el final de la pieza es la expresión de mis sentimientos cuando llega la primavera y estoy en Central Park, en Nueva York, que en mayo es uno de los mejores lugares del mundo para observar aves. Puedes ver hasta setenta especies en una mañana: aves verdes, azules, amarillas, anaranjadas, es algo espectacular y asombroso. Yo vivo para esas tres semanas: le he dicho a mi representante que si me saca de la ciudad en mayo lo mataré. Toda la pieza es sobre mi alegría por las aves y lo que ellas nos dan. Es que yo siempre quise dedicarme a observar pájaros. Yo soy del campo, de Minessotta, de un pequeño pueblo agrícola, crecí con la naturaleza. Hace poco tocamos allí con la banda y mis músicos estaban impresionados. Uno de ellos me preguntó: ¿Cuál es la verdadera Maria? ¿La persona que vive en Nueva York y viaja por todo el mundo dirigiendo una big band o esta otra tan pendiente de la naturaleza? Y yo dije: yo soy ésta. Lo otro es mi trabajo; recorro el mundo dando conciertos pero en realidad preferiría estar en el barro observando pájaros todo el día.
—¿Es decir que prefiere observar pájaros a dirigir una big band?
—La experiencia de hacer y comunicar música es lo más maravilloso que conozco, pero todo lo que eso lleva aparejado me está matando. Cuando estaba en primer grado quería ser ornitóloga. Luego, más tarde, intenté con astronomía. Hasta que finalmente me decidí por la música, que me encanta y que no pienso abandonar… Pero en realidad mi música no trata de música, sino sobre mis recuerdos; pongo esas experiencias en la música porque ya no las experimento como tales. Yo siempre escribo sobre el pasado, sobre mis amigos y mi familia, porque no los tengo más y los echo de menos. ¡Me acabo de dar cuenta de eso! Creo que voy a llorar… La razón por la que hago música es para expresar todo lo que amo. No me interesa hacer sonidos que molen, grooves contagiosos, con músicos llenos de virtuosismo. Lo que quiero es transmitir a la audiencia lo que está dentro de mí.
Usted fue una de las primeras en vender sus discos a través de internet, por el sistema Artist Share…
—Eso es una ventaja absoluta. Es más trabajo, pero yo soy dueña de mi propia obra y gano dinero. Antes vendía muchísimos CD pero tenía que pagar parte de los costos de grabación y luego ellos se quedaban con todo el dinero. A través de Artist Share, vendo directamente y el comprador además comparte el proceso de hacer y desarrollar la obra. Por ejemplo, grabar Concert in the Garden costó 100.000 dólares y ya gané 200.000. Es muy satisfactorio hacerlo tú misma y obtener una ganancia. Con este sistema, cuando la gente compra el CD el dinero va para los músicos y les permite seguir haciendo música. Antes iba todo a las tiendas de discos y las distribuidoras.


Publicado en catalán y con algunas modificaciones (edición y traducción de Pere Pons) en la revista JAÇ - 2007

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